viernes, 8 de julio de 2016

Miguel Sierra


Fue concebido en las típicas noches donde nunca sucede nada importante, de hecho su nacimiento pasó casi inadvertido incluso para su madre, que estando sedada a causa de sus fuertes delirios de grandeza, dio a luz a un niño en la penumbra de una habitación cualquiera. Era el día más helado de julio cuando Miguel con escasos minutos de vida, lloró por primera vez. Miguel no conoció a su padre y su madre sólo tenía imágenes borrosas de una noche donde sobran las copas y faltan los decoros. Y así fue creciendo con la historia de un ser fascinante, mágico, que desapareció sin dejar rastros.
La música y su destino se presentaron en su vida de manera casi milagrosa y sorpresiva, un inmigrante inglés buscando suerte en el norte de Chile llegó para no quedarse en este pequeño pueblo de pocos habitantes, en su equipaje lo acompañaban siempre algunos discos, entre ellos el que dejaría olvidado y que cambiaría la vida de Miguel Sierra como también el que lo llevaría a su muerte, The Rolling Stones.
Su obsesión con la banda lo llevaría por el único camino que quiso andar, quizás el único que tenía, el que alcanzaría a caminar dos veces en su vida, la calle de salida y entrada de su pueblo. Alrededor de los veinte años se tranzó con el destino para alcanzar la gloria, salió de su casa con el paso rápido y sin mirar atrás, con la mirada fija hacia adelante, su objetivo, llegar a ser como Mick Jagger, más bien con el pasar del tiempo, tratar de ser él.
Consiguió en sus paupérrimos viajes por el norte todo lo que pudo del material relacionado con la banda, pasaba días enteros encerrado en las pensiones, ensayando frente al espejo las expresiones y movimientos de Jagger, fue tal la envergadura de su afán, que llegó a ser físicamente parecido, sus movimientos, su voz, todo lo de Mick ya era parte de Miguel Sierra.
Comenzó así un atribulado viaje por pequeñas boîtes de mala muerte, donde la gente que iba en aquellos años, ni siquiera sabía la existencia de Los Rolling, aún así le alcanzaba para comer y poder repartirse entre tanto local nocturno de pueblos costeros. Con el pasar de los años la banda original fue siendo más reconocida y el también, llevándose al final de cada show algunos aplausos. Así pudo sobrevivir hasta los sesenta años, sesenta años frente a espejos sin muchas luces, en diminutos camarines y públicos reducidos, nunca nadie le pidió un autógrafo ni siquiera alguna foto, su mirada cansada frente al espejo se transformaba apenas pisaba el escenario, con la misma fuerza de Mick Jagger, Miguel Sierra movía su humanidad y cantaba sin parar.

Ya viejo y cada vez más parecido al viejo vocalista de Los Rolling, decidió volver a su pueblo a dar una última función, claro, él no lo sabía. Nervioso antes de salir por las fiebres del éxito y el miedo de los profetas al volver a su tierra, salió al escenario más Mick que nunca, con una banda improvisada y que para él, en ese preciso momento era la mejor del mundo. Miguel derrochó toda su energía con una intensidad arrolladora, cantaba y bailaba alrededor de las mesas con más desplante que el mismísimo Jagger, ya nadie lo podría detener, al menos eso pensó él, cuando sin querer, por las urgencias del estrellato, arrojó toda su humanidad sobre una novia de algún pueblerino, éste lo empujó con toda su fuerza haciendo estrellar contra el piso su cabeza. Ofuscado aún, el tipo que nunca fue identificado, se acercó al oído moribundo del artista profiriéndole las palabras más dulces que nunca había oído, “no porque seas Mick Jagger vendrás aquí a pisotearnos”. En la cara de Miguel Sierra se dibujó una sonrisa que ni la propia muerte borraría.

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